jueves, 27 de diciembre de 2007

Llegan las fiestas II (apuntes sobre Navidad)


Rezamos en navidad, nosotros y nosotras, los bioy, cada uno en un lugar distinto de la luminosa Buenos Aires, por que arremeta una ola de balas en nuestros departamentos y casas, para así terminar con la infelicidad de nuestras familias. Por que, si bien muchas veces gozamos el placer de querer morirnos, esta vez se lo dejamos únicamente a ellos. Esas tías que nos torturan con el sólo hecho de mirar de esa manera antes de preguntar las preguntas, llenas de aliento, de siempre. Esos primos que se desarrollaron en el mundo laboral y académico como quisieran nuestros padres (los de las bioysitas, naturalmente) y que nos repugnan sin sentido más que el de repugnar; repugnan a todas las mujeres; nos repugnan por todo el odio que tenemos encajado en el mentón; nos repugnan porque esos primos tienen esposas que (al margen de que también son repugnantes) sufren a sus maridos en sus camas, porque después de la luna de miel se dieron cuenta del hedor, de que repugnan y de que, si el hijo que espera es varón, también repugnará. Esas abuelas que dan lástima, pero no por su pobreza o su incapacidad ya para vivir, sino que dan lástima intencionadamente. Se conjuran como Santas que en su vida no han hecho otra cosa que sufrir a costa de nuestros abuelos, a costa de nuestros padres o madres, a costa de sus nueras o nueros, a costa de trabajar mucho, o de no trabajar, o de lo que sea menos nosotras y nosotros, sus nietos (excepto las más conchudas que tratan mal hasta a sus nietos). Y así nos hacen sus "aliados"; nos exigen, tratan de enjaularnos en el amor; nos comentan, se comentan ante nosotros y se dan lástima... y eso no nos da lástima: nos hace querer irnos de dónde sea que estemos, nos hace odiarlas, nos hace odiarnos por no decir que NO a sus familia de mierda que creen que es la nuestra también. Y por último: nuestro núcleo familiar. Nuestra familia íntima; los que tenemos que cargar, que aparecen en el mundo como manchas de tinta china, haciendo que nos alteremos, nerviosas y dolorosas; que querramos que nuestras parejas ni siquiera se acerquen, que se alejen, ¡aléjense! ¡escapen! ¡corran! por favor, no caigan en el infierno de nuestro amor familiar navideño. Nuestro padre, ya viejo sin ser viejo, enfermo del mundo, contagiado del pasado y arruinado de infelicidad. ¡No queremos esas vidas para los bioy! Nuestras madres, mitad víctimas mitad culpables (ay ay ay Jean-Paul), aparecen en la reunión como mariposas que pasaron años sin cojer, con caca de paloma en las alas, sin una lengua que recorra sus cuellos, sin sentir tus dedos tras mi oreja, sin amor ni amistad ni nada más que un cáncer que crece en el centro del medio de mi angustia. Y por último, nuestros hermanos y hermanas, mayores y menores, que se arrastran por el piso como chanchos sin patas, felices de vivir drogados de creencias, de ideas pelotudas, de amigos que no son y de desamores de alguien que nunca las amó. Hermanos; quizás el elemento de la familia más doloroso, más cercano y enemigo a la vez. Hermanos y hermanas menores, que creen lo incéíble, y mienten, y nos mienten, y vemos cómo viven. Vemos que viven, que crecen torcidos como las patas de un discapacitado, que no nos pueden joder porque estamos tan cagados a palos (excepto a esos hermanotes más grandes que se prenden en la forrada) pero insisten, como moscas. Sin embargo, atrás del calor húmedo de la relación, sentimos el deber de tener que pegarles un tiro en la cabeza mientras duermen para que no vivan las cagadas que les esperan -y eso sí que es amor-. Hermanas y hermanos mayores, que parecen osos estancados en su tristeza de idiotas, en su melancolía tan pobre de significado, en su rencor hacia nosotras, rencor de celos, de no poder cojer tan seguido como nosotras o de tener un laburo aburrido.

Infelices o no, esta vez, como una secta oriental, les propusimos a nuestros familiares que se metan todos en una batidora gigante y se licúen. Agregamos Vodka, prendimos el televisor, miramos cable, fumamos cigarrillos Marlboro y nos dormimos borrachos en el sillón.

¿Qué tal su navidad?

5 comentarios:

Emma dijo...

La mía no estuvo tan tan mal.
Igualmente hubo familiares exudando la perfección que anhelan los padres...

Lo de la batidora gigante a veces es una buena idea.

Saludines! Que tengan un mejor año nuevo!

Lola dijo...

Mierda che... esta sí dio en el hígado...
Yo la zafo porque desarrollé una capacidad de abstracción tremenda y sumando los brindis no me entero de nada.
Entraría en algún capítulo del Extraño Mundo de Jack el texto.

Estrella dijo...

¿Es el argumento de una película o la más cruda realidad?

the fragile dijo...

saludos!!!

los bioy dijo...

EMMA, qué suerte lo de sus navidades; gracias por el comentario, un buen año nuevo para bovary (¿quién se esconderá atrás de emma?) también!

LOLA, tan práctica: abstracción y brindis. Una simpsoneada total.

ESTRELLA, es la más cruda realidad (¿parece una hamburguesa nuestra realidad?)

THE FRAGILE, gracias, igualmente