"Tal vez, después de todo... los días, el trabajo, los ojos, la sangre, el calor, las noches, el alcohol, el dolor... quizás después de todo no haya nada más verdadero que eso mismo... y no haya nada abajo de la superficie"
Los demás integrantes del blog, siendo las nueve de la noche de este lunes veintinueve de Octubre, un día después de la votación, están durmiendo. Ayer por la noche hicimos de todo... supongo que no soportamos el ambiente de elecciones y terminamos abusando de nosotros mismos. Mientras tanto, a esta hora, mis ojos de estudiante se desdibujan, y piensan una mujer. No sé bien cuál, pero seguro que una cristiana no. Ganó Cristina. Y no lo digo con odio ni gloria. Si soy casi nada. Nada. Lo único que soy antes de la nada es una caída, en la cual, sin duda y para mi lamento, no están Cristina, ni Lilita, ni nadie más que yo. Tal vez sea porque no escribo seguido en el blog (de hecho no lo hago desde el post acerca de las jóvenes que lloran cuando se despiertan) pero hay algo en el centro de mi remera que me oprime. Y me duele un poco. No voté. Porque no valoro el voto, dicen. Espero que tengan razón y no sea porque no se puede valorar nada mientras uno no se valore a sí mismo. Porque si es así voy a tener que psicoanalizarme más seguido. Y no tengo la plata, y la verdad, menos tengo ganas. Y ya que no valoro al voto, supongo que no me van a encontrar partidista (porque además no los soy -por si lo piensa algún idiota que se cree que puede leer con ojo de crítico literario todo lo que se le cruza en la vida, como este post de mierda que ella está escribiendo-) al decir que la mujer que piensan mis ojos, en sus fondos rugosos y húmedos de tele, es Cristina. Nada más.
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